Memorial de 1 poeta detective salvaje & temible turista

Luis Manuel Amador.
Luis Manuel Amador

En su última entrevista publicada, el chileno Roberto Bolaño hace varias veces la mención de un nombre: la primera para declarar que su mejor amigo “fue el poeta Mario Santiago”, otra para evocar entrañablemente “las caminatas interminables con Mario Santiago”, una más para decir algo que ya no recuerdo, también sobre Mario Santiago.

Bolaño se transfiguró literariamente en el personaje Arturo Belano, e inmortalizó a Mario Santiago como Ulises Lima (Ulises, cual viajero empedernido; Lima, ante su devoción por la poesía peruana), ambos, protagonistas del prodigio narrativo de seiscientas páginas que en 1998 el chileno bautizara como Los detectives salvajes.

¿Quién era Mario Santiago Papasquiaro? Ante todo el poeta que nació en Mixcoac (lugar que vio nacer igualmente a Octavio Paz), Distrito Federal, un 24 de diciembre de 1953, cuyo destino estaría ligado para siempre al viaje. Para el registro civil se llamaba José Alfredo Zendejas Pineda, aunque su seudónimo invocara el nombre de un amigo y el lugar de nacimiento de su admirado José Revueltas. “Mario” (su amigo) y “Santiago Papasquiaro” (municipio de Durango donde nació el autor de El apando) se convirtieron en el alias con que junto a otros rebeldes habría de fundar el Infrarrealismo, movimiento poético que abanderó la iconoclasta actitud irreverente y violenta en esos días cuando, dice el narrador Juan Villoro, tomaron “por asalto las lecturas y los cocteles de nuestra serenísima república de las letras.”
     
El mismo Villoro recuerda a Mario, en su época de joven integrante del taller literario Miguel Donoso Pareja, como “el más brillante alumno del taller de poesía de Juan Bañuelos”, el muchacho que a los dieciocho años ya había leído, visto y escuchado todo, el crítico despiadado y con mucho humor que “cada dos o tres miércoles visitaba a los narradores en calidad de temible turista.”
     
Mario cultivó fama de insoportable; también la de conversador memorioso que solía continuar el saludo inicial con algunas mentadas de madre protocolarias que se desvanecían inmediatamente cual ritual de pasaje donde entraba por la puerta el interlocutor entrañable. Los testimonios de sus viajes, tanto de consumidor psicodélico como de imparable caminante, parecen de leyenda. Sus amigos aseguran que podía dedicarse el día entero y parte de la noche a recorrer el laberinto de México, D. F. y que sólo se detenía (siempre acompañado de Roberto Bolaño) para comprar leche clavel y continuar la marcha. El poeta Bruno Montané, huésped suyo en un cuartito de París, lo recuerda mientras Mario se aseguraba de dejarlo descansar durante noches en las que se perdía para desaparecer por las calles como un fantasma.
     
Muchos sabrán que durante una pesquisa lo único seguro de encontrar es el asombro. Al respecto, la poesía de Mario Santiago Papasquiaro posee instantes con esa densa lucidez de largo aliento que parece devorar todo a su paso. En sus versos se encuentran lo mismo citas de los clásicos antiguos que paisajes con camiones de volteo y portadas de revista Pimienta, veloz crítica literaria y comentarios efímeros sobre cine, exactitudes de taxonomista y sórdidas cantinas de la peor calaña, descripción de desiertos, caminos carreteros, hoteles de paso y alcantarillas. La ciudad, con su flujo vital, es el personaje que parece conducir inevitablemente, sin concesión ni pausas, el corazón del puñado de poemas que dejó como única herencia.
     
Con algunos trabajos esparcidos entre revistas y libros de autores que nunca citarán su nombre (trabajó como traductor y corrector en importantes editoriales, como Joaquín Mortiz), y con sólo dos libros publicados tardíamente, Mario perdió la vida en 1998, arrollado por un auto en la última caminata por las calles de la ciudad que conocía mejor que las líneas de su mano.
     
Acabo de leer Beso eterno, el librito que en tiraje de doscientos ejemplares Mario publicó en 1995 en ediciones Al este del paraíso. Sus escasas 23 páginas no impiden calificarlo de edición memorable. De este  libro son los dos poemas que transcribo:


Dos poemas de Mario Santiago Papasquiaro


“Porque todos somos / todos somos / todos somos
los hijos de / todos somos los hijos de / 1 brillante & colorida
flor / 1 flor llameante / & no hay nadie / que lamente lo que somos”
Canción huichola

Para Patricia Rodríguez Acosta


Mi patria es este cacto jugoso que arranco de la boca misma
del desierto
:Lophophora Williamsii:
/Universo de botones floreando las palmas de mis manos/
Salta & danza mi destino
Como 1 perro celebrando la bendición puntual de su alimento
La lengua de Dios me besa con firmeza
& torna & sigue & gira
Devorando el panal de mis pupilas
Está lloviendo
& la huella del diluvio
No es otra que la tierra que hoy piso
A la distancia
Sólo veo el pálpito fruto vivo de mi alma
Mis abuelos peregrinos me indican el camino/ pellizcándome
El sudor de mis moléculas
prende el sueño necesario
para que la intrínseca ceguera de mis pies
no decaiga ni en brújula ni en ánimo

La realidad de la belleza
(luciérnaga fugaz)
se posa 1 segundo en mis cabellos
¿Qué viento negro podría romperme el paso
o intentar siquiera cancelar mi canto?
El vientre de mis dientes no deja de masticar su
propia pulpa
Vuelo:trino:zureo:aúllo:salpico:preño:me exprimo:me desato
Llevo en mí el eco de 1 impulso insospechable
Simiente lunar/manantial de migraciones
Arcilla lodazal de óvulos/visiones & peñascos
Raíz que surge & se evapora
En el zaguán de las nubes
A la luz del relámpago
A 1 salto de besar el alba —pezuña de venado—
que acaricia el dulce corazón de Wirikuta


Aquí & ahora


El poeta agradece a su madre haber nacido
No haber sido electroshockeado/como su carnal más chavo
La madre de su madre levitando le agradece
La lección de la intemperie & el hallazgo
La bella inclinación a elegir ayuno & trago
El alto privilegio de radiografiar el corazón del lago
Aun viviendo la más brutal de las sequías
Mi amor al beso
& mi absoluta resistencia
al necio acoso de todo género de inercias
Todo ese caudal
del que soy tabla que flota por su lengua
Se lo debo a ella
que no me abortó ni aun sintiéndose arañada por el ronco
huracán de las desgracias
Todo el viento que me otorgó meciéndome
El ardor con que me ungió —pulverizando sus errores—
Su mirada de alacrán o colibrí
—según fluya el vapor que mana de las aguas secretas de la Diosa—
El cedazo /el arpón o la carnada
de lo que nunca nos hemos dicho pero sí inyectado
Tantas nieblas detenidas
& saltos de conejos empujándolas
El difícil sol directo de ser madre-hijo e hijo-madre
Estas palabras que me brotan
/al igual que sueños y caricias/
Se las digo cara a cara hoy que puedo
Antes de que huya de mis manos
la flama del cuerpo de este instante
O se funda la luz que nos penetra
Impidiéndonos perdernos en el caos
Como lágrimas que se disuelven en la lluvia


(Texto y poemas publicados originalmente en la Revista Guidxizá, antes Istmo Autónomo, Año I / Nº 5, Marzo-Abril de 2005).


[Texto publicado en Guidxizá, una mirada a nuestros pueblos, suplemento cultural del Comité Melendre, Año I, N° 42, Dom 12/May/2013. Se autoriza su reproducción siempre que sea citada la fuente.]