La memoria

Judith Santopietro
Para los guerreros milenarios,
 para los pueblos de Oaxaca.


I

Era de noche por las orillas del viento,
cada paso de sombra 
se arremolinaba en el junco,
cada palabra seca guardaba su silencio 
en una jícara,
hacía oscuridad entre los pies.

Aquellas aves palparon su mirada una a una
con el entrecejo adusto colgando de su frente,
para que sus ojos
(luz donde el llanto no cabe)
se hundieran en el pensamiento herido.

Anoche cayeron los siglos
como una granizada de plomo que acecha la tarde;
tocaron cada puerta de las calles;
Judith Santopietro
abrían la memoria que duerme en una cama,

en la garganta del anciano 

atada en el tronco 

en la raíz terca del enfado.

La que por el camino anega 
leyendas de humo
entibiadas en la dura lumbre del fogón,
la que nos despertará con la palabra inquieta
para decirnos que a la calle han vuelto,
que las aves siguen merodeando la plazuela 
y no se casan, 
y no olvidan.

Pero esta mañana 
todo es veredas anchas por donde correr,
gritos que alcanzan cada trasto de miseria
en el borde de una mesa.

Ojos de la gente
urdimbre de la memoria
que teje con sus voces altas
los siglos de barro entre sus lenguas.

Esas aves cargan la historia en sus garras: 

la del niño con su panza serpenteante de moscas,

la del viejo con su espalda quebrada, 

la de áridos maíces en cada surco de la tierra.

II

En la plaza hay un tumulto 
de máscaras antiguas 
que se mecen por los resquicios del tiempo:
en las esquinas 
se levanta la palabra junto a los muros de ladrillo seco
para colarse en la puerta de las chozas 
y despertar 
tras del vapuleo hondo.

Nidos en medio del cuerpo anegan sus vapores sordos
                                                                                        en la boca,
mal graznido de garganta quebrada,
alarido crudo entre las llamas de un horno
que deshila nuestros cuerpos:
todo trabazón de terquedad
mientras las aves rondan los huesos tendidos por la noche.

III

En el caudal del río,
las piernas se hunden con los guijarros de silencio;
miradas entre la neblina ciega de los árboles;
profundos labios de piedra anidan el musgo
y beben de la boca de los peces
un poco de sangre para no morir
en la curva de un reloj petrificado.

Busco los pasos de nuestra muerte
entre la polvareda,
pero hallo los huesos de un pueblo antiguo
que aún no duerme. 

IV


Se han ido a la montaña
                                       (como guerreros)
para enterrar la memoria de un pueblo milenario.
Han caído, 
con gotas de sol y sangre.


(Publicado originalmente en la Revista Guidxizá, número 17. Junio de 2012)


[Poema publicado en Guidxizá, una mirada a nuestros pueblos, suplemento cultural del Comité Melendre ―Año II, N° 62, Dom 29/Sep/2013― publicado en EL SUR, diario independiente del Istmo. Se autoriza su reproducción siempre que sea citada la fuente.]