El papel del escritor indígena y su compromiso con la lengua materna

Portada de un libro de Esteban Ríos
Esteban Ríos 

Hoy día es preocupante la posibilidad de que se extingan algunas lenguas originarias de nuestro país, porque ya sólo queda un reducido grupo de hablantes que aún las utilizan para interpretar su realidad, como un medio para expresar lo que son a través de un repertorio léxico que les permite encontrar el vocablo más específico para nombrar su entorno, el mundo cotidiano que representa su existencia como persona y como parte de un grupo social. 

Es lamentable que esta situación prevalezca, en cierta forma, por la estigmatización que existe de las lenguas prehispánicas, en donde permea un discurso oficial de preservarlas como si fueran piezas de museo, mientras parece haber una consigna de considerarlas un lastre para el país y la región. Lo anterior a pesar de los esfuerzos que llevan a cabo los escritores en estas lenguas, investigadores y líderes sociales, ante lo que el lingüista José Luis Moctezuma Barragán, Investigador del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), opina: “Los lingüistas coincidimos en afirmar que no se tiene que educar a los indígenas, sino a los mestizos, para que aprendan a convivir con las lenguas indígenas y las vean como patrimonio y no como lastre”.

No se puede obviar que los 500 años de colonialismo que representó un vasallaje a plenitud a manos de los españoles, creó una actitud negativa hacia las lenguas originarias, ya que sus hablantes han sufrido discriminación, hostigamiento y hasta burlas por usar dichas lenguas fuera de sus comunidades. De acuerdo al investigador Thomas Smith Stark, del Colegio de México, la muerte de las lenguas ha existido desde la prehistoria, ya sea por conquistas o por la influencia dominante socioeconómica, política y cultural entre los pueblos, pero en la actualidad hay una aceleración de este fenómeno por “las condiciones de globalización, comunicación y educación universal”. En México, desde la Independencia se adoptó la política de la homogeneización entre la población para crear una  identidad como mexicanos, en la que se incluye el idioma español, con un sistema legal y educativo que ha actuado en contra de las culturas autóctonas.

Con el movimiento indígena que inició en Chiapas en 1994, encabezado por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), se llegó a unos acuerdos entre el gobierno federal y el EZLN llamados Acuerdos de San Andrés Larráinzar, por los que se impulsaría la creación de un nuevo marco jurídico nacional y estatal para dar cabida a la nueva relación de los pueblos indígenas y el Estado. ¿Qué sucedió? El acuerdo se elaboró en febrero de 1996 y se firmó en octubre del mismo año, tanto por el EZLN como por la Comisión de Concordia y Pacificación (COCOPA), pero para su publicación el gobierno federal le hizo modificaciones, por lo que el documento resultó ser inaceptable.

En marzo de 2003 se expidió la Ley General de Derechos Lingüísticos de los Pueblos Indígenas, en donde se dio el reconocimiento a las lenguas indígenas como lenguas nacionales por su origen histórico, siendo válidas, al igual que el español, para cualquier asunto o trámite  público. En este mismo marco jurídico se crea el Instituto Nacional de las Lenguas Indígenas (INALI), que dentro de sus funciones enmarcadas en el Artículo 14 de dicha ley, en sus incisos: “e) Formular y realizar proyectos de desarrollo lingüístico, literario y educativo. “f) Elaborar y promover la producción de gramáticas, la estandarización de escrituras y la promoción de la lectoescritura en lenguas indígenas nacionales.”

Todo parece quedar en buenas intenciones, no se ha entendido que la defensa y la resistencia de los pueblos por mantener vivas sus culturas tiene que ver con su identidad étnica, que no se trata de un folclorismo para exhibición en festivales y fiestas de atracción turística.

Abriendo surcos en la milpa de las palabras

Ante este panorama claroscuro en los diversos escenarios que representan las culturas originarias de México, es importante recordar la afirmación del escritor Eduardo Galeano: “La de América es una historia de la resistencia popular incesante; no es una historia del fatalismo, de la resignación, de la aceptación del mundo, como nos quieren hacer creer los que nos venden la imagen de la historia como una señora de rosados velos que besa a los que ganan…”, palabras que expresan la dimensión de un conflicto multiétnico referido a  los múltiples grupos originarios en su derecho de usar la lengua materna para nombrar su realidad, para expresar sus sentimientos y emociones, para aprender su cultura y conocer la cultura de los demás. Esta dignidad de nombrarse y poder nombrar su entorno le permite a una persona identificarse con sus raíces étnicas, adquirir la identidad con una raza definida, sentir orgullo y amor por sus costumbres y tradiciones que reflejan la filosofía de su pueblo, sus saberes, creencias, mitos y todo lo que engloba el concepto de cultura, que puede ser construido a través de las palabras, en forma oral o escrita. La flama de la resistencia aún sigue iluminando la noche de la incertidumbre. Los hacedores de la palabra, como se les nombra a los poetas y narradores en las lenguas originarias, tienen un compromiso ineludible con sus comunidades, el de difundir sus obras literarias como una forma de trascender su cultura, fortalecer la identidad étnica, haciendo prevalecer el pensamiento y formas de vida de cada pueblo originario, porque es importante construir una interpretación del mundo a partir de nuestra lógica cultural y de esta manera, como lo expresa el investigador oaxaqueño, Manuel de Jesús Ríos Morales “una tarea importante para los pueblos indígenas es resignificar nuestros saberes para recrear nuestras formas de vida y nuestros imaginarios partiendo de la aportación de intelectuales comprometidos”. 

Los escritores ―poetas, cuentistas, novelistas, ensayistas y compositores― debemos mirarnos en las aguas de nuestra historicidad, reflexionar de manera crítica que una descolonización implica articular nuestras culturas originarias con los aportes de la cultura universal, en el entendido de que si sabemos mirarnos e identificarnos en los múltiples espejos de la realidad global, sabremos entender quiénes y hacia dónde vamos.

Como culturas autóctonas hemos vivido la agresividad de la colonialidad en todos los aspectos: epistémico, estético, ético, moral y consuetudinario, pero nos queda la memoria colectiva, ahí donde la tradición oral ha conservado retazos de nuestros ayeres. 

La misión del escritor es mirar con otros ojos el dictamen del vasallaje; librarse de los prejuicios de sojuzgamiento intelectual que ha imperado en los círculos intelectuales del mundillo literario en México y en otros países del mundo; empezar a nombrar las cosas por su nombre, de acuerdo al concepto que existe en su cultura. Ya es hora que en los surcos de la milpa de las palabras brote la espiga de la libertad, sin sentimientos de culpa, con los brazos fuertes y la mirada altiva.

Las palabras en pleno vuelo

La lengua, nos dice Octavio Paz, “nos convierte en hombre, es nuestra invención, pero ella a su vez nos inventa”. Sin la lengua no existiría ninguna posibilidad de inventar pensamientos, de construir sueños, de asignar un sentido a la emoción o sentimiento que nos mueve a ser nosotros mismos y otro totalmente distinto, pero que se recrea en nosotros, ya que es nuestro espejo. Las palabras tienen un poder infinitesimal, ya que representan todo lo existente, desnudas o bien abrigadas tienen la intensidad de un cable de alta tensión, nos mueven a recorrer esa isla misteriosa que somos todos los días.

En todas las lenguas del mundo, de la misma forma que en las lenguas originarias, muchas de las expresiones cotidianas que se emplean para comunicar una situación temporal, espacial o personal están cargadas de un sentido figurado, en algunas ocasiones con una fuerza poética inesperada. En el idioma español encontramos expresiones como “Lo trae de un ala”, “Es una chava fresa”, “Le eché los perros a Laura”, para hacer referencia a situaciones de comportamiento, sentimental o de cortejo; asimismo llegamos a escuchar “La muerte ronda por la casa”, “Lento como una tortuga”, “En las faldas de la montaña”, para señalar ciertos atributos a las cosas abstractas o inorgánicas relaciones con el accionar de las personas, o en su caso para manifestar una exageración. 

En la lengua zapoteca, por poner un ejemplo, cuando una persona dice «cayó xiana naa», su traducción literal sería “me devora el coraje o me está comiendo la ira”, que en la preceptiva literaria viene siendo una prosopopeya, que consiste en atribuirle virtudes o defectos a las cosas inanimadas y abstractas. En la expresión «siedó’guie’», que se puede traducir como “mañanita flor o la mañana en flor” es una metáfora que ofrece la idea de este fenómeno natural como si la mañana fuera una flor que recién se abre y que se matiza por su color rojo. O ante la afirmación «guca’ huaxhiñi», que significa “me hice noche o me convertí en noche”, no sólo da entender la noción temporal, sino que hay una transformación de la persona en un acontecimiento valoral. 

Inclusive ante estas referencias que denotan un lenguaje florido en las diversas culturas, no podemos aseverar que estemos ante la creación literaria, ya que los conceptos que manejamos al emplear dichas palabras tienen un uso práctico, se dan en las relaciones sociales cotidianas, caso contrario a la literatura que se construye a partir de ciertas reglas que tienen que ver con la cuestión estética tanto en el fondo (el contenido), como en la forma (la estructura) del texto o discurso que puede ser verbal o escrito. 

En los pueblos originarios de México, la oralitura fue la forma de transmitir toda la herencia cultural en cuanto a la visión cosmogónica, los elementos de la ritualidad concernientes a la celebración de actos sociales importantes, así como la definición de la relación de lo humano con los dioses, a través de cantos, rezos, conjuros, discursos y relatos. Como bien se sabe, el lenguaje tiene el poder sustantivo de representar la realidad porque liga lo objetivo a partir de lo subjetivo, y la literatura es una manera de reinventar lo existente, ya que no es una traducción literal, es una  interpretación personal que ejemplifica al arte como parte de la colectividad. 

La creación literaria en las diversas culturas del territorio nacional, hoy llamado México, se había desarrollado plenamente en cuanto a la temática y estructura, antes de la conquista española, ya que existían formas de escritura que permitían expresar la rica, variada y compleja producción verbal de los pueblos originarios.

En la actualidad, ante la imperante necesidad de la creación literaria teniendo como fuentes de inspiración la propia cultura, los poetas y narradores de la Nueva Palabra ―un término empleado por Miguel León Portilla― reconocen que la literatura indígena, de acuerdo al concepto de una mirada propia, considerando a los pueblos indígenas como sujetos históricos dotados de una conciencia que buscan su desarrollo a través de la autonomía  y de la libre determinación, por lo que su literatura, de acuerdo a la propuesta de los escritores en lenguas originarias es que “debe estructurarse a partir de los elementos gramaticales de la lengua en que se escribe, sus formas de construcción sintáctica,  poética y narrativa, así como de los recursos, formas literarias de composición y estilo”. Los géneros que se cultivan son el poema, el relato, el teatro y el ensayo. De las lenguas originarias se está desarrollando una literatura indígena, dentro de la cual están presentes las literaturas escritas en maya, náhuatl, mixe, zoque, diidxazá (zapoteco), purépecha, nú savi (mixteco) y en más de sesenta lenguas.

La alfabetización como instrumento de creación literaria

Cuando se piensa en la creación literaria de los pueblos originarios de México, el fantasma de la palabra escrita nos ronda por la cabeza, ya que la alfabetización escolar que recibimos la mayoría de los hablantes de una lengua nativa tiene que ver con la castellanización como una forma de homogenización en cuanto a la diversidad cultural. El hecho de llevar a cabo la adquisición de la lectoescritura teniendo al español como lengua de instrucción dentro de un contexto indígena, no ha permitido el desarrollo y fortalecimiento de las lenguas maternas en cuanto al aspecto funcional y comunicativo, ya que se cae en la tendencia de la reproducción de textos en la lengua oficial de manera mecánica, sin llegar a la reflexión. La diglosia está presente en los actos comunicativos de las comunidades indígenas, tanto el aspecto escolar como en lo social, por lo que se utiliza de manera simultánea la lengua oficial con la lengua materna. 

Referente a la alfabetización, de manera general encontramos experiencias comunes de este proceso en las comunidades hablantes de las diversas lenguas originarias existentes en el país, y de manera particular en el Estado de Oaxaca, en la región del Istmo de Tehuantepec, como lo son el mixe, el huave o ikoots, el zapoteco, el zoque y el chontal, donde la práctica docente para las escuelas de educación básica impone el predominio de la lengua oficial, tanto en la modalidad formal como en la modalidad indígena, ya que los educadores tienen al español como lengua puente para inducir al educando en el mundo de la escritura y la lectura, privilegiando el uso de materiales de apoyo editados ex profeso para un fin didáctico con las características de la cultura dominante, muy descontextualizados de la realidad cotidiana que se viven en las comunidades indígenas. Esta práctica se ha fortalecido con el paso del tiempo, de tal forma que en las escuelas de educación indígena se cuenta con los materiales didácticos y de apoyo para cumplir con la tarea educativa de alfabetizar en la lengua materna, desarrollando los conocimientos, habilidades, valores y actitudes que como propósito general plantea la educación básica, pero sucede que los docentes no dominan la lengua materna local, ya sea porque no son oriundos de la comunidad o porque en su contexto familiar se les enseñó desde un principio a utilizar el español como su primera lengua, llegando al caso de que entienden la lengua originaria pero no la pueden hablar. Este panorama desolador se presenta en un buen porcentaje de las familias istmeñas hablantes de alguna lengua indígena, donde las personas nacidas en los años ochenta entienden parte de una conversión en la lengua originaria, pero no pueden comunicarse en ella porque carecen del conocimiento gramático de dicha lengua, por lo que no pueden estructurar expresiones o ideas de manera coherente que hablen de su realidad cotidiana. 

La alfabetización como una manera de castellanizar, ha provocado que los hablantes de las lenguas originarias, al utilizar la escritura en su función social como productores de textos con distintos propósitos, estructuren sus pensamientos empleando el español, aunque en las conversaciones informales y familiares empleen la lengua materna. Este mismo fenómeno sucede, en algunos casos, en la creación literaria, donde los escritores y poetas en muchas ocasiones escriben sus obras en español y luego las traducen al zapoteco. Se ha copiado el estilo de la literatura occidental porque es parte de una formación académica, donde la construcción de imágenes que plasmen las ideas de un universo tan subjetivo como lo es la literatura, exige tener conocimientos sobre preceptiva, el desarrollo de habilidades para armar un tropo o figura de construcción dentro de un estilo definido. La temática sí refleja el mundo de la cultura zapoteca, ya que hace referencia sobre las tradiciones y costumbres, el amor, el erotismo, los ritos sobre el rapto, el matrimonio, la muerte, el misterio y el poder sobrenatural en lo cotidiano (la presencia de duendes y naguales), los preparativos de la siembra del maíz, las fiestas patronales  que se rigen con el ciclo de los fenómenos naturales como la época de lluvia) y la época de sequía, un conjunto de elementos que fortalecen la identificación comunitaria.

Ante este panorama de aculturación resulta necesario hacer una pausa en esta carrera de la globalización, y preguntarse, ¿por qué no una alfabetización en lenguas originarias? Porque es inadmisible que se hable del amor a las lenguas originarias, de la identidad cultural, si no se busca volver a nuestros niños, jóvenes y adultos  en usuarios competentes de su lengua materna. ¿Cómo esperar tener lectores, escritores y hablantes del mixe, zoque, chontal, huave o zapoteco si no poseen los conocimientos, habilidades y actitudes que les permita volverlas en una segunda naturaleza? Algunos académicos, escritores e investigadores lanzan a los cuatro vientos la proclama de un proyecto gubernamental que concrete la resolución de este problema, olvidándose de que es en la familia donde se debe empezar con la noble tarea de hacer sentir a cada uno de los miembros como parte de la cultura originaria, que engloba su lengua, tradiciones, filosofía de la vida, literatura y su identidad étnica. No se puede cosechar lo que no se siembra.

También hay que reconocer que es necesaria la intervención de las Casas de Cultura, Casas de Pueblo, Instituciones educativas y municipales para el diseño de un proyecto cultural que tenga como objetivo el fomento de talleres de lectura y escritura en lengua zapoteca; la gestoría de radiodifusoras y canales de televisión de propuesta comunitaria para transmitir todo tipo de discursos que se manejan en los diversos escenarios comunicativos, así como la creación literaria de los autores de la región istmeña; la implantación de la enseñanza del zapoteco como asignatura co-curricular en las escuelas de educación básica, media superior y superior.

Respecto al uso de la lengua, en relación a la alfabetización puntualizada en líneas arriba, la creación literaria en todas las lenguas autóctonas tuvo que registrarse a partir del uso del alfabeto latino, una propuesta impuesta por los colonizadores como una forma de dominar de manera total a las comunidades originarias de México. Fueron los religiosos  los que en su momento trabajaron para la evangelización de los habitantes y para eso tuvieron que utilizar el medio más eficaz, el aprendizaje de las lenguas maternas y su escritura de acuerdo a sus conocimientos lingüísticos rudimentarios, que tanto critican los lingüísticas actuales.

Pero hay que reflexionar lo que nos dice Judith Kalman, en su texto La alfabetización cuando no hay escritura: el uso de la lengua escrita como práctica social: “A través de su política educativa, México, como otros países multilingües, ha promovido la elaboración de alfabetos y la creación de libros de textos y otros materiales en las lenguas indígenas. Un aspecto menos atendido es el qué hacer con la lengua escrita”.

El diálogo y la propuesta de la etnoliteratura

Ante esta situación sociocultural, podemos hablar de manera específica que en los pueblos del Istmo de Tehuantepec, donde predomina una lengua originaria, hay una identificación de los rasgos culturales que hermanan a los hablantes, aun cuando existen las diferencias dialectales, por lo que podemos afirmar que existe una situación dialógica, donde cada comunidad acepta las diferencias en el uso de la lengua, pero sintiéndose parte de un mismo grupo étnico. Lo importante es entender que cada cultura es un reconocimiento del “nosotros” frente a los “otros”, que son distintos en cuanto a su forma de hacer y ser. Esta identidad comunitaria genera cierta barrera que a veces margina y pone en condiciones en desventaja a los que no son iguales a la forma de actuar de una sociedad determinada, situación que en algunas veces se presenta en un marcado etnocentrismo, donde alguna comunidad se siente superior a los otros grupos y dueña de la verdad histórica, con una visión de imponer su ideología y su forma de hacer uso de una lengua materna.

Entre los escritores istmeños hablantes de la lenguas originarias, es preciso reinventar la forma de trabajar con los elementos cotidianos que forman parte de la vida común de los pueblos, y empezar a iniciar la tarea de escribir pensando en la lengua materna, respetando la gramática y las expresiones distintivas en la comunicación de acuerdo al contexto y al uso social, es decir, pensar identificándose con la cultura originaria, y no estructurar las ideas en la visión de occidente. Convendría retomar la propuesta de los escritores chilenos que hablan de la etnoliteratura, como una manifestación de creación literaria considerando el anhelo de mantener viva la historia, la lengua y las tradiciones de cada comunidad. Tal vez sea una utopía, pero es válido soñar cuando se busca construir un mundo donde la palabra tenga la dimensión de un anhelo de hermanar a los pueblos originarios de México, y sentirse parte de un estrato más amplio que es la cultura nacional. 


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Esteban Ríos Cruz. Asunción Ixtaltepec, Nación Zapoteca. Poeta binnizá. Miembro del Sistema Nacional de Creadores del FONCA. Libros: Dxi gueela’ gaca’ diidxa’/Cuando la noche sea palabra; Ubidxa xti’ galaa dxi/ Sol de mediodía; Ca diidxa’ guchendú/Palabras germinadas; Ca xquelaguidi dxi zezá, entre otros. Sus poemas han sido incluidos en antologías trilingües en Francia e Italia. Premio CaSa 2012, en poesía zapoteca.

Texto presentado en el “IX Encuentro Internacional de Escritores en Lenguas Indígenas, Artes en las voces de las culturas vivas”, en el marco de la Feria Internacional del Libro

[Texto publicado en Guidxizá, una mirada a nuestros pueblos ―Año II, N° 79, Dom 26/Ene/2014―, suplemento cultural del Comité Melendre en EL SUR, diario independiente del Istmo. Se autoriza su reproducción siempre que sea citada la fuente.]