Biulú

Macario Matus

Danzaba con pasos y movimientos de ballet, sobre una delgada laminilla de brisa vespertina. A ratos, izaba su diminuta testa mirando en todo su alrededor como buscando a alguien en la multitud de flores blancas. Era el ser más raro en ave convertida. Cuando me divisó con su ojillos maravillosamente negros, quiso escabullirse en el mar de flores, como nadando en al aire con su vuelo. La curiosidad me obligó a hacer preguntas en voz alta, pensando en su figura fantástica. De pronto cesó de volar en círculos mil al compás de una sinfonía de luces. Se posó en una flor que le superaba en tamaño al cuerpo terso, emplumado casi al descuido. Quería verle de cerca para aprenderme de memoria el contorno de sus alas cortas, tan cortas, que el pico le quedaba enorme, inolvidablemente enorme. ¡Era el pinocho de los cuentos en ave!

De mis labios brotaron las palabras en susurro: biulú, biulú ¿por qué te hicieron así; por qué el color de tus patitas imita el gris de la iguana; por qué esos ojillos negros y tan grandes en comparación con tu pescuezo; por qué apenas tu cuerpo mide una decena de centímetros y tu pico el doble? Lo más increíble; me respondió con un trino, pequeño, delgado, fino en un tono lleno de entereza:

―El creador me  hizo hermoso. Era el pavorreal entre todos los de mi medida pero, un día me enamoré de una gota de rocío muy blanca, pura, intacta, virgen. Mi desgracia grande era no poder besar su blancura, que rompería mi cuerpo si intentaba ofrecerle mis caricias. Entonces, empecé a rejuntar las gotitas más finas de rocío de otras flores para agregarlas al cuerpo de mi amada blanca. Pasé muchas primaveras recogiendo las perlitas de rocío con mi diminuto pico y el día que logré aumentar el tamaño de mi amada virgen; el día que la hice igual a mí, el día que la iba a besar, que iba a ser mía; no hubo luz en la tierra, se apagó el día, la luna tapó al sol y el cielo lloró amargamente con agua en lluvia tupida. Desesperado quise cubrir con mi cuerpo la habitación de mi rocío, pero, no pude. El agua inundó el cáliz de la flor blanca; hice un último esfuerzo, traté de guardarla en mi pico que lo alargué tanto hasta desorbitar mis ojos. Todo fue en vano, se rompió su blancura derramándose y bajando por el tallo inundado.

Hoy, todavía busco las perlitas de rocío de plata entre las flores queriendo renacer a mi dulce gotita blanca, que se fue llorando con la lluvia ingrata.


EL DATO. El texto aquí publicado por cortesía de la Revista Guidxizá, apareció en la sexta edición, correspondiente a los meses de mayo-junio de 2005. “Biulú” se publicó en Neza Cubi,  N° 4, Noviembre-Diciembre de 1968.


[Texto publicado en Guidxizá, una mirada a nuestros pueblos ―Año II, N° 81, Dom 09/Feb/2014―, suplemento cultural del Comité Melendre en EL SUR, diario independiente del Istmo. Se autoriza su reproducción siempre que sea citada la fuente.]