Teo, mi maestro de lengua

Víctor Fuentes

El próximo 21 de febrero de este año, como hace 14, que se decretó por la Unesco celebrar el día de las lenguas madres, me vienen algunas ideas para compartirlas con quienes aún hablamos nuestro idioma, y acaso, si se puede también, para con quienes ya no lo hablan.

Mi madre tenía una fluidez y elocuencia impresionantes, como pocas, para dirigirse a todos, en especial a nosotros, sus hijos. A ni uno de nosotros le habló en zapoteco, idioma que debió enseñarnos.

Recuerdo que al adormecer a mis hermanos Rodolfo y Alma Delia, mientras mecía la hamaca les cantaba: So’pe’ huela ique té. En cuanto terminaba, éstos chillaban y de nuevo mi madre les tarareaba la misma canción, hasta que los tres se quedaban profundamente dormidos. 

De modo que la presencia del zapoteco estaba en casa, pero ella se empeñaba en que todos aprendiéramos el español, para vernos más “inteligentes” a los vecinos de la cuadra, a los hijos de Ta Marga, el señor que conocimos como Ta Especial. Dorina le dio doce hijos, y todos por las noches nos reuníamos ―ellos y nosotros―; yo les daba funciones de teatro, sobre un suelo de tierra, en su yoo bido’. Me disfrazaba como podía y les declamaba en español y zapoteco. Todo le agregaba de mi cosecha, o, a veces, sólo les platicaba alguna anécdota y ellos se llenaban de emoción, me aplaudían. No sabía que eso era teatro o performance, pero lo hacía. 

Naturalmente no eché de menos que en casa se nos hablara en español, pues en la escuela tuve otro aprendizaje mejor e interesante con mi amigo Teo, que hace algunos años falleció de manera deshumana, por ser mampo: alguien le arrebató la vida tirándole un bloque en la cabeza, hasta defórmalo y matarlo. Lo recuerdo tan frágil, tan enclenque, tan sonriente y pícaro, ahora que escribo. Teo, de alguna manera, fue mi maestro. Se sentaba a mi lado, o yo al suyo, de tal manera que ―era inevitable― tenía que aprender a dirigirme a él si quería sobrevivir en el salón, en la escuela.  Él  me enseñó mucho de lo que sé, pues a él nuestro maestro le prohibía que se dirigiera a nosotros en zapoteco. 

Este vergonzoso acontecimiento no era fortuito; era lastre directo, quizás, de la Escuela Rural Mexicana impulsada desde la Secretaria de Educación Pública por José Vasconcelos y por la decidida participación del maestro Rafael Ramírez, pues en su implementación cometió uno de los peores asesinatos a nuestras lenguas originarias. 

Tal vez ningún otro problema, como el de la heterogeneidad lingüística, conjugue con mayor vigor las ideas de Comte y Dewey en el pensamiento de Ramírez Castañeda. Éste y otros maestros de su generación (Moisés Sáenz Garza y Narciso Bassols García) pretendieron dar a todo México un solo idioma, el castellano.

Para conseguirlo pusieron a un lado, sin tentarse el corazón, el derecho inalienable que tiene todo grupo étnico a hablar y ser enseñado en su lengua materna y le impusieron, conforme a procedimientos que bien pueden calificarse de dictatoriales, el idioma oficial, el habla del grupo dominante.

La consigna dada al maestro rural fue la de enseñar el castellano sobre todas las cosas. Antes de empeñarse en la enseñanza de la lectura, la escritura, las ciencias naturales o sociales, el mandamiento fue imponer el castellano y sumarle a eso la prohibición de usar en la escuela la lengua del educando, por parte de éste y por parte del enseñante, en los casos en que la conociera.   

Si se contrataba a algún maestro que hablara la lengua de sus coterráneos, se le asignaba un grupo étnico diferente o se le enviaba a otra región para que no pudiera comunicarse de igual a igual con  sus educandos o con la comunidad. 

Caso similar sigue ocurriendo a la escuela encargada de hablar o promover el uso de la lengua materna, antes que el español, ya que se sigue enviando a docentes a las comunidades donde ellos no entienden el idioma local. O se les manda sin que éstos sepan hablar siquiera la lengua originaria. El Instituto Estatal de Educación Pública de Oaxaca (IEEPO) a través del Departamento de Educación Primaria Indígena no ha podido organizar esta parte administrativa y hacerla operativa. Se dan Órdenes de Comisión a profesores que hablan zapoteco para que trabajen con niños de habla chinanteca, por ejemplo. Y entonces se hace imposible la comunicación, tal como sucedió con la Escuela Rural Mexicana.  

Por supuesto esta desventaja es alentada porque si el maestro se comunica con el educando y la comunidad, pone en riesgo el sistema, el statu quo. 

La vida entera de los pueblos se condensa en su lenguaje, de modo que cuando aprende un idioma nuevo, adquiere nuevas formas de pensar y aún más: nuevas maneras de vivir. Con esta perversa idea o filosofía, la Escuela Rural Mexicana pretendió poner a los pueblos “a la altura” de la sociedad dominante. Fue una de sus máximas aspiraciones. Falta saber si con ello se logró la anhelada modernidad...  

Prueba de ello son los autores en sus propias lenguas, la literatura que se produce desde los pueblos, todos de manera pausada, pero continua, contra la apabullante desaparición o muerte de las variantes dialectales de una misma lengua. 

Llama la atención, el cada vez más creciente interés de las universidades extranjeras en procurarse el estudio lingüístico completo de estas nuestras lenguas; lo que quizá sea disfraz para nuevas conquistas, armas sutiles de nuevas formas de dominio o producto ineluctable de la globalización. Aun así, pienso que la salvedad y salud de la lengua depende del hilo invisible de los que todavía la hablamos, usamos y promovemos. De nuestro amor por ella depende todo, lo que motivará a darlas a conocer, a exterminarlas o a favorecer su conquista.     

Antes de despedirme les comparto este breve poema, que me recuerda muchísimo a Teo:


Guie’se’
Caa gubidxa
bidabi  guichi guie’ se’
ladinú. 
Lii nou’
bichugu xcadxi.
Yanna guira dxi ra caa gubidxa
riyuberua’ 
guie’se’
ribezarua’ guzeu laaca lú biga’xtiu’.


Rosadillas
Por la tarde 
fuimos pinchados por la
rosadilla. 
Decías
Corta un poco más.
Desde ahora por la tarde 
sigo buscando  
las rosadillas
sigo esperando las hilvanes en tu collar.


[Texto publicado en Guidxizá, una mirada a nuestros pueblos ―Año II, N° 81, Dom 09/Feb/2014―, suplemento cultural del Comité Melendre en EL SUR, diario independiente del Istmo. Se autoriza su reproducción siempre que sea citada la fuente.]