La grieta, Maricarmen

Ilustración.- Carlos Bazán

La grieta, Maricarmen



…Luego todo parece alejarse y entonces nuestros cuerpos se buscan, Maricarmen, como si en medio de nosotras, tendidas en la cama, se empezara a formar una grieta que se ensancha y se alarga y nos separa. Nuestros cuerpos se buscan, se encuentran, se abrazan y así, apretados, mi boca busca la tuya y la besa con todo el temor que le da perderte; la besa y se mantiene unida donde tu lengua finaliza y donde empieza la vida, en ti. Pero tu boca tampoco se queda atrás, porque entonces tu boca recibe a la mía y la besa como si después de separarnos ya nunca más volviera a haber un reencuentro. Se pasea por mi rostro, por mi cuello, lo muerde; corre por todo mi cuerpo para analizarlo, para capturar mi imagen, para que tu memoria no lo olvide nunca. Mis manos se unen a mi boca y las tuyas se unen a la tuya; llegan también nuestras piernas, nuestros pies, y estamos las dos en la inmensa noche descubriendo nuestros cuerpos temerosos y amorosos; tocándonos, abrazándonos tan fuertemente, tan fervientemente porque sabemos, Maricarmen, que esa distancia está pronta, a un paso, porque nos separa y es inevitable, y es tan inseguro volver a vernos. 

Nuestros cuerpos se aferran y se aman con una locura extraterrena, con un amor inmenso e infinito. Pero se separan… y entonces lloran. Yo no sé cómo llora tu cuerpo cuando no estoy ahí contigo, en cambio sé —porque es mío y porque está conmigo— que mi cuerpo llora el agua salada, y llora también lágrimas de sangre; porque mi cuerpo conoce, porque mi cuerpo sabe que la muerte no es el olvido total, mi cuerpo sabe que la muerte es la ausencia de tu cuerpo, tu ausencia, Maricarmen, y entonces mi cuerpo es un alma errante y suplicante.

Te espero, Maricarmen, te espero para que me revivas; estar muerta es un asco, una angustia tremenda. Ojalá vuelvas pronto. 



Este ciclo, Maricarmen, este bello ciclo


Nos escondemos bajo las estrellas, Maricarmen, cuando no queremos que nadie nos vea, que es casi siempre. 

Todas las noches nos escondemos bajo las estrellas, nos cubren sus luces que son capas cegadoras. Nadie nos puede ver, nadie nos interrumpe y podemos amarnos sin descanso, sin fin; sin que exista la distancia, sin que otras voces nos llamen y nos separen. La noche es nuestra, pero no es nuestra sólo la noche, es nuestro también el día y nuestra también la tarde, que también nos encubren porque les ha quedado por entendido que este amor no debe, no puede romperse nunca —quién sabe qué hecatombe ocurriría—. Son nuestros cómplices y nos encubren porque las estrellas también tienen que esconderse; nos han encubierto y son perseguidas. La gente y Dios saben que están de nuestra parte; por eso, cuando Dios se levanta, ellas se esconden, se refugian bajo las faldas del mundo o entre sus cabellos, y se quedan ahí hasta que Él vuelva a dormir, que es también cuando la gente vuelve a dormir. 

“Todas nuestras tardes son bajo estrellas escondidas”, bajo el cielo claro y el cielo pardo que nos cubren, y cuando el cielo pardo y el cielo claro se despiden, vuelven las estrellas a taparnos —y el ciclo es así— para que podamos amarnos, y podamos amarnos, y podamos amarnos…



Dos preguntas, Maricarmen


¿Qué es el silencio cuando callas, Maricarmen? Porque el silencio significa muchas cosas cuando llega: un temor crispante, una duda cruda, la firmeza de un odio indomable, por ejemplo. Pero tu silencio no es malo, porque no significa ni odio, ni miedo, ni duda; tu silencio es un silencio raro y dulce. Tu silencio significa amor, el amor que me tienes, Maricarmen. 

Comprendo que tu vida ha sido dura, que tu pasado calló tu voz, calló tus brazos y tus manos, por eso poco dices cuánto me amas, y tampoco me abrazas ni me acaricias mucho; sin embargo —y ahora lo entiendo— ese vacío se ha convertido en una forma linda de expresarme tu amor. Amas con tu silencio y también con tu mirada que me perfuman el alma con una llamarada limpia y cobijante. Por eso tu silencio no es caos, es brisa fresca. Por eso la vida llega con todas sus fuerzas cuando sólo estamos nosotras y el silencio sobre la cama.

¿Por qué cambian las nubes, Maricarmen? Es otra pregunta que me hago de vez en cuando. Tal vez  las nubes cambian porque son almas sin rumbo, o con el único rumbo del cambio a voluntad ajena. Tal vez han caído en cuenta de que la vida tiene tantos sentidos que han decidido entregarse a ella y dejar que otros las modelen —y les gusta, y en verdad se sienten bien así—. Adoran que el viento y los rayos del sol pasen sus manos sobre ellas y que creen todas esas oníricas figuras que nos cuestan, pero nos divierte y nos asombra encontrar; todas esas curvas sutiles y raudas. Las nubes se dejan modelar, Maricarmen, se dejan pintar y son felices. Si fuera de otro modo, si las nubes definieran ellas mismas su forma, y todas estuvieran inexorablemente condenadas a nacer y morir —qué se yo— en  forma de círculos o cuadrados o, peor aún, de humanos, perderían su sentido. Quién sabe qué serían, pero nubes no. Sería una catástrofe entonces porque se restaría algo de lo lindo, en la vida, que nos hace despejarnos de la herrumbre en que se ha convertido el mundo.

Las nubes se dejan cambiar, Maricarmen, y son felices y son bellas así, porque aceptan y se entregan a todos los sentidos que les da la vida, y ese es su sentido.

Pues que el viento y el sol sigan modelándolas, que esa es una forma en que la naturaleza —también— hace el amor.

Posiblemente yo sea una nube
pero no quiero que nadie más
que tú me modele
y en verdad 
nadie más que tú me modela
Pintas con el color de tu mutismo
radiantes luces en mi alma
y le das forma de ave en vuelo 
a mi ríspida boca con tu mirada
Eres viento y eres sol
y hacemos el amor sobre la tierra
tú con la liviana brisa de tu mirada
con los limpios rayos de tu silencio  y yo
con la nube cambiante 
              de mi vida




[Texto publicado en la Revista Guidxizá, N° 16, Junio de 2011. Se autoriza su reproducción siempre que sea citada la fuente.]