Mercedes Sosa y 'Americana'

Gustavo López

En el año 1975, el ingeniero Raúl Álvarez (padre de Raúl Álvarez Garín, dirigente del movimiento estudiantil del 68) nos organizó un encuentro con Mercedes Sosa al cual asistimos el Grupo Cade (grupo al que yo pertenecía) y el grupo La Peña Móvil. Estos dos grupos además del grupo Itnocuicatl y Víctor Martínez habíamos creado el CEFOL (Centro para el Estudio del Folclore Latinoamericano), posteriormente se uniría el grupo Cuicani; un espacio de debate y experimentación para quienes no encontrábamos en las peñas, cada vez más comerciales, el espacio propicio para canalizar nuestras inquietudes musicales. 

La intención del ingeniero Raúl —asiduo asistente y promotor del CEFOL— era que Mercedes conociera lo que en esos momentos algunos de los jóvenes mexicanos estábamos produciendo a contracorriente de la "cultura" oficial, en una búsqueda y reencuentro con lo propio para, a partir de allí y permitiendo la integración de otras influencias, poder expresar nuestras ideas y visión del mundo a través de nuestras canciones. 

Ese encuentro se desarrolló en casa de unas editoras argentinas. Entre canciones, charlas amenas y casi maternales de parte de Mercedes y compartiendo unas empanadas, un asado y algunas copas de vino pasamos una tarde inolvidable. Al caer la noche nos despedimos sintiéndonos afortunados y orgullosos por haber tenido el privilegio de compartir el pan, el vino, la palabra y la música con una de las glorias de la canción latinoamericana.

Días más tarde recibí una llamada. Al contestar, me dice una voz tras el teléfono:

Grupo Cade. En la foto, de izquierda a derecha en la parte posterior:
Enrique Guajiro López, Roberto Morales Manzanares, Jorge Luis Gaytán Cox,
Manuel García Contreras. Al frente: Andrés Sierra (con el tololoche) y Gustavo Lopez.
—Hola, ¿puedo hablar con Gustavo?

No recuerdo si dijo también mi apellido. El acento argentino en aquella voz femenina de una suave y casi aterciopelada ronquera me sorprendió y desubicó de pronto.

—Sí, él habla, soy yo —titubeé.

—Hola, soy Mercedes Sosa —me dijo. 

Me sorprendió al principio. Luego creí que alguien quería jugarme una broma. Estuve a punto de contestar que yo era Pedro Infante. Afortunadamente me contuve y decidí seguir el supuesto juego.

—¿Sí...? —expresé inseguro.

—El día que nos vimos para conversar contigo y los otros chicos me gusto una canción y me ha dicho el ingeniero Raúl Álvarez que vos sos el autor. El nombre de la canción es Americana. Si vos me permitís me gustaría cantarla en el concierto que daré en unos días en Bellas Artes. ¿No tenés inconveniente? —palabras más, palabras menos.

Sentí que me recorría un temblor de pies a cabeza y no atinaba qué decir.

Como pude, le dije que sí, que estaba bien. 

No se me ocurrió decirle que era un honor, que le agradecía infinitamente, ni nada de lo apropiado en esos casos, y que además es cierto (el honor y el agradecimiento). Sólo dije “está bien” con la inocencia irreverente de mis 18 años. Creo que la sorpresa era mayúscula y aún no podía procesarla: Mercedes Sosa, aplaudida en el Olimpia de París, quien era uno de mis referentes musicales, que lo mismo daba conciertos en los más grandes teatros o llenaba plazas públicas a lo largo de nuestro continente y Europa, admirada por miles de jóvenes y adultos que soñaban con una América bolivariana hermanada por la lengua y la justicia postergada; Mercedes Sosa, la gran intérprete de voz potente, cálida y flexible ¡me pedía permiso para cantar una canción mía…! No supe qué más decir, sólo repetir: “Sí, está bien”.

Se despidió diciéndome que enviaría a su guitarrista para que le diera la letra por escrito y ver detalles conmigo.

Así fue que al día siguiente por la noche me encontré en el CEFOL con Pepete (Santiago Bértiz), extraordinario guitarrista. Si la voz de Mercedes era en sí misma un coro; la guitarra de Pepete era una orquesta. Por eso podían tocar en una gran plaza ante miles y cautivar a las multitudes. Ellos solos cubrían todo el espectro sonoro. Platicamos un rato, Pepete me pidió que le cantara la canción pues quería grabarla y sentir mi interpretación para luego reinterpretarla él. Me dijo que la adaptaría a su estilo guitarrístico y a la voz de Mercedes, que esperaba que me gustara (¡vaya, si no!), le entregué la letra por escrito y nos despedimos con un abrazo.

De Izquierda a derecha: Adrián Nieto, Rosalinda Reynoso, Olga Alanís,
Pablo Milanés, Ernesto Cardenal, René Villanueva, Silvio Rodríguez,
Efrén Parada y Gustavo López en el extremo derecho. 
Días después, el muchacho provinciano que había asistido por primera vez tres años atrás —recién llegado a la Ciudad de México— a un concierto en el Palacio de Bellas Artes y había soñado con estar algún día en ese escenario, era el invitado especial de Mercedes Sosa, La Negra, en aquella noche de su concierto en Bellas Artes. Cuando a mitad del concierto Mercedes anunció que iba a estrenar esa noche una canción de un chico mexicano, al que había conocido junto con otros jóvenes que venían haciendo un trabajo de búsqueda y composición (se refería al Grupo Cade y a La Peña Móvil), el corazón no me cabía en el pecho, no por orgullo, que seguramente debí haberlo sentido también, sino por el cúmulo de emociones que se atoraban en él y me hacían sentir que crecería hasta estallar. Temblando de nervios, alegría y llanto contenido me puse de pie cuando ella dijo que allí estaba el compositor. Señaló hacia mí, pidió un aplauso y pronunció mi nombre: Gustavo López.

Fugazmente percibí que aquel nombre me nombraba a mí, pero también a otro, hasta ese momento extraño. Un reflector me sacó de las sombras y sentí que aquella luz me helaba, afortunadamente el público de aquella noche mágica me envolvió con la calidez de sus aplausos. 

Sobra decir que la interpretación de Mercedes a mi canción fue extraordinaria, como todo lo que hacía, y una nueva ronda de aplausos esta vez compartidos para La Negra y mi canción, me confirmaron que no era un sueño o que era un sueño vuelto realidad.

Antes de dejar México en ese viaje, Mercedes dio otro concierto, esta vez en el Auditorio Justo Sierra, también llamado Che Guevara, de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Allí mi buen amigo el poeta Eduardo Langagne, tuvo la previsión de grabar con una casetera portátil el concierto. Años después me regalaría el casete. Desgraciadamente la cinta se había deteriorado y ya no fue posible salvar aquella versión.

Más tarde, en un concierto en París cantaría Americana ante un público diverso, pero seguramente conformado en gran parte por latinoamericanos que vivían allá obligados por las dictaduras y persecuciones en Sudamérica. De esto supe gracias a los gritos que pegaba mi prima Tere (Teresa Rojas Bolán, y que hasta acá se escuchaban) cuando, entre los asistentes, oyó que Mercedes dio el nombre del autor y pronunció mi nombre.

Americana fue, aparte de lo expresado en la canción, un intento por recuperar para nosotros, los latinoamericanos, el gentilicio que se apropiaron los estadounidenses para autonombrarse, de manera excluyente, como los únicos americanos. Fue, además, la canción que abrió camino a mi carrera y me rebautizó con el mismo nombre.

Aquí les comparto con el Grupo Cade la versión de Americana como la escuchó Mercedes (aunque la grabamos un año después de que Mercedes la estrenara) y que luego ella interpretaría magistralmente a su manera: